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72 horas de lucha por Ayotzinapa

 

 

                                                                                      Por Hercilia Castro

                                                                                  Portada: Sin Fronteras Colectivo

                                                                                                    Fotos: Hercilia Castro

 

Introducción

 

En Guerrero (y supongo que también en otros lados), ser hijo o hija de un maestro disidente, revoltoso, vándalo, opositor al Sistema es todo un compromiso, una suerte y una desventaja a la vez. A mí me tocó ser hija de una profesora disidente.

 

Obdulia Balderas Sánchez, mi madre, fue maestra durante los años en los que las comunidades de Guerrero no tenían ni caminos ni luz ni agua —más o menos como ahora—. Le tocó la época de la defensa de la extinta “Universidad Pueblo” (ahora sus ideales distan de lo que soñaban sus profesores fundadores): la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG). Fue en la década del 70 y la del 80, cuando el ex cacique gobernador, Rubén Figueroa Figueroa, perseguía profesores, normalistas, estudiantes y a todo opositor porque a fuerzas quería destruir la Universidad Pueblo, proyecto de Rosalío Wences Reza, cuenta mi madre.

 

Ella daba clases en la Prepa 2 y la 7 de la UAG. Recuerda que en aquella época de la persecución desaparecieron a cientos de alumnos. Entre los desaparecidos estaban Antonio Mena y su esposa Teresa Hernández, y también Floriberto Clavel Juárez, “El Penta”.

 

—El Penta era muy mi amigo. La última vez que lo vi fue en los pasillos de la prepa 7. Me dijo: “Maestra, dame lo que tengas porque me traen cortito, me vienen siguiendo los judas”. Al otro día ya no supe nada.

 

José López Portillo hacía campaña en aquel tiempo, y un día antes de su visita a Guerrero, desaparecieron a 13 estudiantes activistas y también a académicos. Al líder y profesor Eloy Cisneros Guillén lo convirtieron en preso político.

 

—Apenas habíamos cobrado el aguinaldo cuando lo apañaron en su casa, en Ometepec.

 

Claro, Figueroa quería que se cerrara la UAG para que a la entidad se metieran solamente universidades privadas. Los llamados “judas” (judiciales), que hoy serían los ministeriales, perseguían a profesores y estudiantes.

 

—Siempre teníamos que salir en bola porque si no nos apañaban los judiciales.

Literal la sufrieron todos: los fundadores y co-fundadores. Los estudiantes y egresados de Ayotzinapa ya resentían también en esos años las consecuencias, pues la Normal Raúl Isidro Burgos carecía de recursos, víctima del odio del Estado. (Recordemos que el profesor Lucio Cabañas Barrientos secuestró, años antes, a Figueroa padre.) Y lo mismo pasaban los profesores de nivel básico. Incluso mis hermanos fueron perseguidos cuando eran estudiantes, y les tocó una que otra balacera por parte de los judas.

Eran los años 70, la Guerra Sucia, época de la insurgencia de los profesores hartos del abuso (como hoy), de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas; los días en que desaparecieron al líder y campesino Rosendo Radilla y en los que el municipio de Atoyac tuvo al menos 600 desaparecidos y heridas. Las familias desmembradas por las desapariciones forzadas siguen exigiendo justicia, como hoy, como siempre.

 

En 1981, los profesores se lanzaron a un paro y plantón de 45 días en la Ciudad de México, entre las calles Argentina, Guatemala y Chile. Asistieron más de 32 mil maestros de 16 estados. Llevaban el féretro de Misael Núñez, a quien la cacique magisterial Elba Esther Gordillo mandó asesinar por ser un opositor de sus políticas —ya se decía que la Gordillo era amante de Carlos Jongitud Barrios; “Elba Esther Gordillo, de cama en cama, se ganó la fama”—. En ese tiempo decían que Elba Esther Gordillo no tenía título, pero era hija de una profesora chiapaneca que le consiguió un interinato, donde empezó a posicionarse.

 

Así término de plantón: Figueroa ordenó que regresaran a todos los que tuvieran facha de profesor y viajaran en los camiones, pues la frontera sería cerrada para ellos. Entonces los profesores se encabronaron, y en Civac se deciden y hacen la Marcha de la Dignidad. Pasan a Tres Marías, Morelos, donde un profesor se niega a recibir a sus colegas guerrerenses, pero una profesora valiente les dice: “Pasen, profesores, esta escuela la hizo mi padre y son bienvenidos”. Después reanudan la marcha hasta llegar a Ciudad Universitaria, donde los alumnos de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNAM les dieron el mayor apoyo, instalaciones, comida y abrigo.

 

—Ponemos a marchar a México con la Marcha de la Dignidad —dice mi madre—, con la mayoría de los profesores de todos los estados. Marchó con nosotros el Pato Pascual, con todos los que habían marchado antes con nosotros, y Rubén Figueroa tuvo que ceder. En las que ha andado tu madre.

A mí me tocó la responsabilidad de marchar después del fraude electoral del 88, ese momento en el que Manuel Bartlett dijo que “se cayó el sistema” y el ganador de las elecciones presidenciales fue Carlos Salinas de Gortari y no Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Digo responsabilidad porque andas en el sol, aunque a los 10 años uno no capta mucho. Sabes que anda tu madre de disidente con personas importantes, como esa vez que me presentó a don Heberto Castillo (para esa época el PRD ya había nacido y yo tendría unos 12 años).

 

Recuerdo que durante un mes hicimos plantón por el fraude. La lluvia era intensa, torrencial. Todavía se definían las elecciones, y Félix Salgado Macedonio se fue a presentar al Congreso con dos costales de boletas quemadas (por el PRI, claro). Ahí fue cuando le apodaron el “Diputado Costales”.

 

Salinas de Gortari llegó a la presidencia impuesto por Miguel de la Madrid Hurtado y los recortes a la educación se hicieron más notables. Entonces el neoliberalismo entró a México.

 

 

Marchar con maestros

 

Marchar con maestros es toda una odisea. El profesor cuenta ya en su formación con la disciplina. En las marchas la seguridad se cuida con lazos a los lados de las columnas y compañeros que están pendientes de las filas; no se deja entrar a nadie que no haya sido identificado. De hecho, se decía que el gremio magisterial en México era el mayor de América Latina.

 

Los plantones son de aguantar vara, precariedad, improvisar baños y pernoctar en el frío de las noches de invierno, o, si es verano, despertar sobre el suelo con el calor guerrerense, sintiendo que te quema el asfalto. Las pintas y copias de los volantes salen de las coperachas, de la venta de boletos para rifas. De hecho, los aumentos y logros salariales, sus derechos, han sido ganados por estar en paro, en plantones bajo la lluvia, por las madrinas que reciben de los granaderos, las sanciones económicas, las órdenes de aprehensión que les giran, las mega marchas y protestas, las denuncias de las malas condiciones en la estructura educativa mexicana y su deficiencia. Claro, los llamados “profesores charros” —los del Sindicato Nacional de Trabajadores por la Educación (SNTE), alineados con la Gordillo— y los profesores sin vocación también salen ganando gracias a la lucha de los profesores democráticos, los de la Coordinadora Nacional de Trabajadores por la Educación (CNTE).

 

 

72 horas de jornada de lucha magisterial por Ayotzinapa

 

Ayotzinapa retumba en la cabeza de todos: del panameño, el español, el francés, el canadiense, el brasileño, el berlinés, el yaqui, el mazahua, el zapoteco, el amuzgo, el chontal, el náhuatl, el costeño, el norteño; en los oídos del taxista, el barrendero, la doctora, el panadero, el bolillero, el afilador, el académico, el político, el sicario, el halcón, la periodista, el rico, el pobre, el clasemediero, el neoliberal, el burgués, el apático, el estudiante, el preso político, el bien comido y el famélico, el sano y el moribundo. Retumba como trueno y temblor, como un tsunami después del 26 y 27 de septiembre, donde murieron tres normalistas y tres civiles y hubo más de 25 heridos y 43 normalistas desaparecidos por supuestos policías.

 

Ayotzinapa se ha vuelto canto, consigna, coraje, impotencia, odio, amor, rechazo, estigma, orgullo, tristeza, dolor, humanidad, perversidad y digna rabia. Se convirtió en el tema mundial y en otra jornada de lucha magisterial por Ayotzinapa.

 

Desde hace 37 días volvió a los escenarios la Normal, a pesar de que en la entidad ya se conoce la historia de carencias en Ayotzinapa, de que no se olvida el asesinato de dos normalistas en la Autopista del Sol el 12 de diciembre y de que hoy se muestra al mundo la criminalización de la Normal Rural y sus estudiantes sólo por tener ideología socialista y en “rumbo al comunismo”, como dicen sus cantos.

 

Desde hace 37 días también hay marchas, confusión y protestas. Las marchas han sido multitudinarias en la entidad y en el país. Y como siempre, en Guerrero, de entre todos los movimientos sociales, quienes llevan la batuta son los profesores disidentes de la Coordinadora Estatal de Trabajadores por la Educación en Guerrero (CETEG), los “cetegistas”.

 

Hace una semana, después de la licencia de Ángel Aguirre Rivero y a dos días de la designación como gobernador interino del académico Rogelio Ortega Martínez, los profesores de la CETEG se enfrentaron contra antimotines y derribaron la puerta tres de Casa Guerrero, donde reside el gobernador. El 13 de octubre, los normalistas de Ayotzi y los maestros de la CETEG radicalizaron la protesta para que aparezcan los 43 desaparecidos. También se tomaron 24 alcaldías municipales de los 81 municipios que hay, una advertencia de los manifestantes.

 

 

72

 

Es obvio que esta reportera no se iba a perder la toma del ayuntamiento de Zihuatanejo de Azueta. Llegué el miércoles desde Acapulco luego de haber asistido a la mega marcha y a todos los mítines que se han realizado por Ayotzinapa en ese puerto. Y a pesar que llegué tarde —Zihuatanejo está a 4 horas de Acapulco—, sacamos la nota.

El jueves estuvo programada la toma del aeropuerto internacional de Zihuatanejo. Llegamos desde temprano —usualmente soy re-floja para levantarme, pero la historia es la historia—, los profes de la CETEG ya estaban reunidos, dando indicaciones y cooperándose para las cartulinas con consignas de protesta: “Aguirre y Ortega la misma chingadera”, “Hombro con hombro, codo con codo, Ayotzi somos todos”, “Rogelio, Ortega, Guerrero no te queda”, “Esta marcha va a llegar a la huelga nacional”. Los profes eran más de 300, sin sumar a los egresados de Ayotzinapa y los miembros del Movimiento Popular Guerrerense (MPG).

 

“Cuidado, cuidado, cuidado con Guerrero, estado, estado, estado Guerrillero”

Para las 11:00AM, entre relajo y advertencia, los profesores se animaron a gritar “Puerta, puerta”, “¿Quieren entrar? Sí”, “Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, dos, uno” “Gasolina, gasolina, “Cerillos, traigan los cerillos”, “Vamos a abrir la puerta”, “Lumbre, lumbre, lumbre”. Se escuchó el toque de tambores mientras los elementos de seguridad privada del aeropuerto palidecían de nervios. Ya saben, esos profes son unos “loquillos”. Al final, cruzaron la línea que los dividía, y, de frente a los elementos de seguridad, dejaron una manta como señal de “Aquí estuvo la CETEG”.

El jueves de la toma del aeropuerto todo terminó en risas, pues aclararon que no eran indisciplinados pero gritando “¡Nos vamos, nos vamos, pero luego regresamos!” y riendo a carcajada abierta.

 

La prensa, local y estatal, llegó tarde. Por lo regular los reporteros de Zihuatanejo no se llevan con la CETEG —tal vez así sea en todos lados. A mí me libra que soy hija de disidente y varios de los profes cetegistas me dieron clase desde niña; siempre han estado, hemos vivido en la lucha magisterial—, y ese jueves se enojaron porque “no les avisaron los profes”. Yo sostengo que en estos tiempos de redes sociales e información que se desborda, uno no tiene que esperar el momento. Te unes y ya sabes tú lugar como reportero: estar ahí, con o sin invitación, y ser espectador (o partícipe, según la circunstancia).

 

El viernes 31 de octubre se tomó la Caseta de Feliciano. Desde las 7:30 AM ya estábamos congregados para irnos con el profesor Sergio Guinto (uno de los líderes) y la profesora Josefina Gallardo (coordinadora en el municipio). Las profesoras llegaban ya bien listas. Algunas llevaron su olla de café y vasos de unicel, nacatamales y pan, pues un día antes los profesores advirtieron que la jornada de la toma de Caseta de Feliciano, que limita con Michoacán, sería larga (detalle que conocíamos; ya nos ha tocado esa experiencia). Para las 8:15 AM nos estábamos subiendo a los carros directo al municipio de La Unión, donde termina Guerrero.

 

 

De a 20 pesos, profe

 

Antes pasamos a cargar gasolina. Bueno, ellos, yo sólo iba de pegoste escuchando la plática cuando en la camioneta una de las profesoras preguntó de a cuánto la coperacha para la gasolina. “De a 20 pesos, maestra”. En las protestas, los profesores siempre pagan de su bolsillo, de su salario. Se llenó el tanque y arrancamos rumbo a Feliciano. En la caseta se hizo mitin, y todo inició con su nombre: “Ayotzi viveeeeeeeee, la luchaaaaa sigueeeeee”. Se colgaron las mantas de protesta, se le dijo al encargado de la caseta que el acceso quedaría libre y todo comenzó.

De la sección XVIII michoacana llegaron como 100 profesores disidentes (el magisterio michoacano es de los más entrones) y se unieron a los cerca de 200 profesores guerrerenses, los egresados de Ayotzinapa, el MPG y dos niños que vendían chicharrones y plátanos fritos (botana tradicional). Y de prensa solamente había una reportera: la de El Sur de Acapulco, que escribe esta odisea.

 

Los profesores son un relajo. Entre consigna y consigna hacían bromas para aguantar “la calor” y se turnaban al micrófono para informar a los automovilistas del crimen de lesa humanidad que sufre Guerrero, de la perversa desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa “que pudieron ser nuestros hijos, o sus hijos”.

 

Los profesores subieron a varios autobuses de las líneas Parhikuni y Purépechas con destino a Uruapan a informar del dolor y la violencia que vive Guerrero. Botearon (como se hace en la lucha en busca de justicia), igual que lo hacían los 43 chicos normalistas de Ayotzinapa hasta ese negro septiembre. Los pasajeros de los autobuses y los choferes también cooperaron, solidarizándose con las familias de los normalistas desaparecidos, y esto sin ningún ápice de violencia por parte de los maestros, sin ninguna amenaza a los conductores, tal y como lo hacían los normalistas de Ayotzinapa cuando salían a buscar recursos para su manutención escolar. La escena contraría lo establecido por la guerra mediática del gobierno estatal y federal contra la Normal de Ayotzinapa y que por desgracia el ciudadano de a pie, aquel que sólo ve Televisa y TV Azteca, cree ciegamente: los maestros y normalistas y todos los que piensen diferente son vándalos.

 

A las 11:00AM, los maestros disidentes repartían bolillos y refresco para aguantar el calor del asfalto —nos tocó comer un bolillo con frijoles, chorizo y queso—. Daban fruta o jícama con chile y limón, y unas profesoras bien listas, para juntar cooperación, vendían cubitos con chamoy (paletas en bolsita). Los profesores dentro de su formación de lucha siempre comparten lo que llevan. Se cuidan demasiado; se saben grupo, gremio, equipo. Conocen su riesgo y su estigma. Pero también, como dice el profesor Guinto, “El profesor debe ser un agente de cambio que influya en las nuevas generaciones. Debemos de unirnos y hacer que los alumnos piensen, sensibilizar a los padres, porque ese es nuestro trabajo”.

 

Los reporteros del ABC de Zihuatanejo, Televisa y Novedades Acapulco llegaron al mediodía. Sólo hicieron unas tomas y se fueron. Los profesores les negaban información, pues ya saben con quiénes sí pueden dialogar como prensa y quiénes son los que los golpean. Bastantes golpes mediáticos han vivido, por eso la consigna de “Prensa vendida por eso estás jodida” que, por desgracia, a muchos reporteros ofende sin recordar que la prensa mexicana, los “chayoteros”, hicieron fama, y hoy, los que tratan de hacer un nuevo periodismo son atacados. La memoria y la herida en el magisterio no cierra.

Casi al terminar, los botes de la colecta los recogía la profesora Elizabeth, y bajo acuerdo de todos, le dieron un bote de cooperación a sus colegas del municipio de Petacalco “para sus copias y pasajes”, porque es, como la mayoría de los municipios en Guerrero, de los más abandonados por los tres niveles de gobierno.

 

Para la 1:00PM regresaba con los profesores, en la misma camioneta, con las mismas indicaciones y la misma disciplina que veo desde hace años, escuchando que “Mire profe Guinto, sabemos que es un mito eso de que el gobierno da todo [para las escuelas]; eso es falso. Nosotros siempre terminamos poniendo y tenemos que pedirle a los padres, y luego se enojan”. Luego dejé de escuchar, recargué la cabeza en la ventanilla de la camioneta y me dormí un rato, víctima de las cuatro horas de insolación yendo de un lado a otro y brincando y gritando para tomar buenas fotos y detalles.

 

Pero algo me queda claro: el magisterio guerrerense, el disidente en este país, es un ejemplo de organización política, con disciplina y solidaridad (exceptuando a los charros) con las causas populares. También que su discurso revolucionario —como sucede con Ayotzinapa, las normales rurales y todas las universidades públicas o privadas— y el hecho de que enseñan a leer y escribir, a pensar, discernir y ser críticos es, para este gobierno, sinónimo de delincuencia. Yo me asumo una delincuente, soy hija de profesora rebelde. Pero en la calle y la casa, marchando o no, me enseñaron que “El maestro, luchando, también está enseñando”.

 

 

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