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El símbolo de tanto: un paseo por Chipre

 

¿Alcanza la tierra para dos Chipres?

 

Por Jesús Pérez Caballero

 

Una pequeña isla que resulta ser un país, apasionado por otro país llamado Grecia. Amor que ha dividido la isla en dos, porque Turquía, la potencia regional, no quería que los chipriotas se unificasen con los griegos. Como me dijo un amigo mexicano: “Los europeos sois los dignos herederos del Imperio Bizantino”. Está claro que para cualquiera que no haya vivido en este continente tamaño espejo que es Europa, la existencia de un país como Chipre es embarazosa. Y sí: a los europeos nos encanta discutir cuántos ángeles caben en el ojo de una aguja y después usar la aguja para sacar los ojos de la persona con la que discutimos. Hace ya un tiempo que visité Chipre y los recuerdos han sedimentado, sin la vaguedad de los ojos de cartón del turista. El viajero sólo se diferencia del turista en que cultiva su propia sombra. La alimenta como a un charco sin fondo. Allí lanza los libros que ha leído, a ver si crece algo.

 

Al salir del aeropuerto de Pafos, un tipo y yo somos los únicos con barba. Eso hace que nos sintamos obligados a dirigirnos la palabra, como si fuéramos parte del mismo dibujo en un folio. Me empieza a inquietar, este Teófilos.

 

—Me llamo Teófilos, que significa “amigo de Dios”, que es como decir “amigo de la Nada”. 

 

 

La historia del cine en México se remonta a la época del porfiriato; el séptimo arte llegó a tierras mexicanas gracias al dictador menos querido por el pueblo. No tuvo que pasar ni un año desde que los hermanos Lumière lo desarrollaran para que Porfirio Díaz y su familia pudieran disfrutar asombrados las imágenes en movimiento en uno de los salones del Palacio de Chapultepec: el primer cine con una audiencia en México.

 

En 1957, la calle Colón era sólo otro camino de terracería sin pavimentar.

 

Monterrey todavía no se convertía en la metrópoli con eternas ansias de progreso que es ahora. Antes de que la ciudad estuviera llena de Cinépolis, Cinemex o MMCinemas, los cines llevaban el nombre de “terrazas”, lugares con galerones destechados que tenían una pantalla blanca sobre la cual se proyectaba a Cantinflas, Pedro Infante, María Félix y Pedro Armendáriz para una audiencia de aproximadamente mil personas que se sentaban en bancas de madera a desnivel para olvidarse de la realidad regiomontana por un par de horas.

Buenas noches compañeros, compañeras. Primero que nada queremos agradecer especialmente a la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México no sólo el que nos hayan recibido y que sean la sede de este evento, también la señal que nos dieron para recibirnos a todos. Es algo que como Ejército Zapatista de Liberación Nacional no olvidaremos. Gracias compañeros.

 

Compañeros y compañeras, a lo largo de nuestro recorrido por Guerrero hemos escuchado varios “no”. Esos “no” que gritamos la gente de abajo, la gente humilde y sencilla, cuando sufrimos una injusticia o cuando sufrimos las maldades de los gobiernos y de los poderosos.

 

En algunas partes escuchamos el “no” en contra de la destrucción de la naturaleza. En otras partes en contra del despojo de las tierras a campesinos y a comuneros, a ejidatarios. En otras partes el “no” que se levanta alto y digno: el “no” a la Presa de La Parota. Y también el “no” a la inseguridad que dan las autoridades. También el “no” al desprecio que sentimos como pueblos indios de estas tierras.

 

 

Marcos en Ayotzinapa 

 

Reunión con estudiantes en la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, Guerrero[19/04/06]

 

Por  Subcomandante Marcos

Cinemas Raly

 

¿Por qué sobrevive un cine a lo que mató a otros cines?

 

 

Por José Ignacio Hipólito y Mariana Treviño  

 

Crónicas Principales

Fuck Terry

 

¿Y mañana habrá más?

 

Por Mariana Treviño  &  José Ignacio Hipólito

 

 

 

El escritor que no se volvió cobarde ni caníbal
 

Un (prolongado) vistazo a Juan Villoro

 

Por Diego Enrique Osorno

 
La noche en que Carlos sintió miedo

 

¿Por qué temerle al camino?

 

Por Oziel Gómez

 

EL ANIMAL DEL REPORTAJE

 

Juan Villoro Ruiz pasó la primavera de 2012 en Barcelona. Viajé para seguirlo la última semana de su estancia en aquella ciudad en la que impartió un curso del máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra. Me intrigaba conocer, entre otras cosas, por qué un controvertido genio, poco elogioso, de nombre Roberto Bolaño, lo definió como un escritor que con el paso de los años no se había convertido en cobarde ni caníbal.

El último día de la persecución lo acompañé al aeropuerto El Prat para que se subiera a su avión de regreso a la Ciudad de México. Antes de que entrara a la sala de abordar, nos sentamos en una cafetería de paninos con pequeñas sillas plateadas, en las que la altura y corpulencia de Villoro resaltaban aún más. 

Puse la grabadora sobre la mesa y la encendí para registrar el relieve acústico de su voz calculada y estereofónica. “Qué bueno. Ya era hora de que grabaras algo”, me dijo con una sonrisa irónica, al inicio de aquella conversación, la única que guardé en mi vieja Olympus tras varios días a su lado en Barcelona. Esa entrevista en forma, con una duración de apenas cincuenta y cuatro minutos y treinta y siete segundos, debí comenzarla improvisando la pregunta de si él grababa siempre a sus entrevistados.

 

Cuando la ciudad d Monterrey todavía no se enfrentaba a la inseguridad del narco y al paralelo peso de un gobierno negligente, muchas de las subculturas juveniles regiomontanas (llámense rock, punk, reggae, skate, metal, rap, ska) tenían como lugar de encuentro la oscura y laberíntica planta baja de la Plaza Comercial Fundadores.

 

La plaza consiste en un edificio de dos pisos, con baños, estacionamiento propio y dos grandes acceso (por las calles 5 de mayo y 15 de mayo, respectivamente) donde la gente se reunía a patinar, a saltar escalones y dejar algún tag en una pared sin ser sorprendidos por los guardias o la policía.

 

Todos los días, desde las 11:00AM hasta las 6:00PM, decenas de jóvenes acudían a “Funda” a comprar mercancía, reunirse con sus amigos, patinar o simplemente para dar la vuelta después de la prepa.

 

Eran bastantes los puestos que en pequeños locales ofrecían playeras, discos, zapatos, tatuajes, perforaciones, cintos, patinetas, cortes de cabello, películas, pinturas en aerosol y otras cosas. Así lo recuerda Melvin, quien actualmente tiene 26 años y trabaja como profesionista, pero que no olvida cómo eran las tardes en aquel lugar: “Fue mi primer encuentro con la cultura punk...

Cuando llegué al albergue para migrantes CasaNicolás, en el municipio de Guadalupe, Carlos habrá dejado atrás dos mil 500 kilómetros desde su país, Honduras, varios estados mexicanos y aquella noche en la que por primera vez sintió miedo en este camino que se llama México. Después de contar su historia, pedirá que no se publique su nombre real. Así será.

***

Cuando Carlos escuchó el primer disparo atravesar el sonido de las llantas metálicas del tren rodando sobre los rieles, supo que aquello iba en serio y sintió miedo. Los diecisiete meses que había pasado en la Fuerza Naval de Honduras templaron su oído para diferenciar entre un disparo al aire, perdido y estéril, de uno exitoso, recién llegado a su destino, sólido. Tan sólido como el primero que Carlos escuchó esa noche.  

 

Eran las once. Era Chontalpa. Era Tabasco, apenas el primer estado de la ruta más peligrosa para los migrantes que intentan cruzar México para alcanzar la frontera norte. Y en esa ruta, y en esa noche, Carlos sintió miedo.

 

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