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Cinemas Raly

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Por qué sobrevive un cine a lo que mató a otros cines?

 

Por José Ignacio Hipólito y Mariana Treviño

 

La historia del cine en México se remonta a la época del porfiriato; el séptimo arte llegó a tierras mexicanas gracias al dictador menos querido por el pueblo. No tuvo que pasar ni un año desde que los hermanos Lumière lo desarrollaran para que Porfirio Díaz y su familia pudieran disfrutar asombrados las imágenes en movimiento en uno de los salones del Palacio de Chapultepec: el primer cine con una audiencia en México.

En 1957, la calle Colón era sólo otro camino de terracería sin pavimentar. Monterrey todavía no se convertía en la metrópoli con eternas ansias de progreso que es ahora. Antes de que la ciudad estuviera llena de Cinépolis, Cinemex o MMCinemas, los cines llevaban el nombre de “terrazas”, lugares con galerones destechados que tenían una pantalla blanca sobre la cual se proyectaba a Cantinflas, Pedro Infante, María Félix y Pedro Armendáriz para una audiencia de aproximadamente mil personas que se sentaban en bancas de madera a desnivel para olvidarse de la realidad regiomontana por un par de horas.

Una de estas era la llamada Terraza Ritz, fundada por Raúl Santos Garza Zambrano y Lilia Cavazos Garza, quienes no se imaginaron que su negocio duraría más de medio siglo proyectando películas en el mismo lugar de la calle Colón. Antes sólo se pasaban películas mexicanas de época de oro, después cambiaron su nombre a Raly y comenzaron a pasar los estrenos hollywoodenses más taquilleros a precio que ninguna de las cadenas pueden igualar.

Raly es la combinación de los nombres de los fundadores (Raúl y Lilia), y fue rebautizado así después de que dejara de ser una terraza. En 1963 se convirtió en cine, y desde ese momento el negocio sobrevivió a todas las etapas del crecimiento tecnológico que forzó el cierre de muchos otros: en los años 60 la televisión, en los 70 llegó el color, en los 80 la videocasetera se volvió parte de toda casa, a finales de los 90 la piratería alcanzó su cénit y a principios del siglo XXI el DVD se convirtió en el formato arquetípico que hizo de la piratería algo aún más barato, pero todavía así, el cine Raly perdura, a diferencia de sus contemporáneos, como el Venus o el Marlin, que ahora sólo quedan en los recuerdos de Raúl Garza Cavazos, heredero e hijo del cine.

Raúl recuerda que desde su infancia no paraba de ver películas, se la vivía en la única sala de cine de sus padres. De entre las películas que tuvieron más éxito en el negocio familiar recuerda la de Cabaret, las de El Santo y Blue Demón y La aventura de Poseidón. Era aquella la época en la que las películas podían durar meses en cartelera, a diferencia de hoy, que a veces no duran ni siquiera dos semanas.

Antes nadie se preguntaba qué iba a ver. La cartelera era designada por las películas que conseguían Raúl y Lilia, pero ahora la audiencia exige variedad, y con ello nació la necesidad de nuevas salas y modernización. Hoy en día, Raúl sigue eligiendo las películas que se proyectan de acuerdo con los trailers que le mandan. Si ve que la película tiene el potencial de atraer a mucha gente, la pone en una de sus cuatro salas: cuatro películas con tres o cuatro funciones al día.

Uno de los atractivos más grandes del cine siempre ha sido el precio de entrada. Al principio cobraban 40 centavos por adulto y 20 por niño; los miércoles eran de tarifa especial. Ahora la diferencia entre lo que cobran el Raly y las cadenas de cine más grandes por ver un estreno es abismal. Y lo mismo sucede con el precio de las palomitas y todo lo del área de dulcería: el costo de una entrada y la obligatoria cubeta de palomitas se reduce en un 50 por ciento.

Raúl sigue siendo parte de la historia del cine en Monterrey, su nombre y establecimiento quedarán recordados como uno de los primeros cines en el área metropolitana de Monterrey. El cine Raly no corre los créditos, ni tampoco está a punto de prender las luces para que la gente vacíe el lugar. Aún están en el nudo de su historia, en el clímax. Todavía faltan años para el final feliz.  

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