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Ayotzinapa: la justicia, o del uso político de la violencia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“Lo que hay que condenar no es la violencia que repara, sino la violencia que destruye”

-Maquiavelo-

 

El 24 de octubre terminaba así el editorial de SinEmbargo.mx: “Sí se puede reclamar en paz, sí se puede ser escuchado si hay unión y no se radicalizan los argumentos, sí se puede obligar a los políticos a cumplir con sus tareas y a responder por sus corruptelas”.

 

Al poco tiempo, Peña Nieto calificaba de “incongruente que para exigir justicia se violente el estado de derecho, las instituciones o los derechos de terceros”, refiriéndose al incendio del palacio municipal de Iguala.

 

SinEmbargo ha cubierto los sucesos de una manera imparcial, honesta y crítica hacia el gobierno, al punto que recientemente han comenzado a recibir amenazas y ataques anónimos. No deja de causar curiosidad, por eso precisamente, la similitud del discurso. En este caso, lo importante no es lo que se dice abiertamente, sino lo que se da por entendido.

 

¿Qué es, al final de cuentas, radicalizar los argumentos?

 

No importa. Lo que sabemos es que si no radicalizamos los argumentos, el gobierno hará su trabajo y encontrará a los normalistas. En esa fórmula se esconde una visión particular del sentido y la estrategia de las protestas (y por tanto, su éxito potencial) que han sacudido al país. Por eso Peña Nieto se expresa de la misma manera: protesten lo que quieran, pero háganlo de la manera que yo les pido, so pena de romper nuestro contrato.

 

Parece paradójica esa obsesión por la paz y la tranquilidad después de la saña con la que una banda de sicarios torturó y asesinó a 46 estudiantes. Después de que la “izquierda” sostuviera a Aguirre durante tres semanas y de que el gobierno federal esconda información y analice al milímetro los costos políticos de decir la verdad. Es un chiste de mal gusto pedirle a las familias de los estudiantes, a un país que ha sufrido 70 mil muertos y el desdén permanente del Estado que guarden la calma, se manifiesten en paz y esperen pacientemente a que los peritos hagan su trabajo, a que los culpables aparezcan y las cortes otorguen justicia.

 

Digámoslo abiertamente: ante la colusión de las autoridades con el narcotráfico, la única solución de fondo pasa por el armamento popular y por la ruptura con las instituciones estatales. Fue eso (el armamento) lo que desarticuló a los Templarios en Michoacán y lo que ha permitido a las comunidades de Guerrero mantener una cierta libertad de acción. El armamento popular en las regiones dominadas por el narco es una tarea imprescindible.

 

En la marcha al Zócalo, el padre de uno de los normalistas toma la palabra y dice:  “Le digo al pinche gobierno que yo le doy dos días nada más. Si en dos días no aparecen nuestros familiares, vamos a tomar otras medidas porque ya estamos cansados”. A otro le preguntan después qué pasará si no es así, y responde: “No sé decirle qué, pero algo va a pasar, algo va a pasar”

 

Octavio Paz versó sobre este mismo sentimiento de rabia y impotencia tras la masacre del 68:

 

La limpidez

(quizá valga la pena

escribirlo sobre la limpieza

de esta hoja)

no es límpida:

es una rabia

(amarilla y negra

acumulación de bilis en español)

extendida sobre la página.

¿Por qué?

La vergüenza es ira

vuelta contra uno mismo:

si

una nación entera se avergüenza

es león que se agazapa

para saltar.

(Los empleados

municipales lavan la sangre

en la Plaza de los Sacrificios)

Mira ahora,

manchada

antes de haber dicho algo

que valga la pena,

la limpidez.

 

Las explosiones de violencia por parte de los manifestantes no sólo son inevitables (consecuencia de esa rabia amarilla y negra), también son necesarias. Fue la radicalidad de las protestas de Guerrero, el incendio del Palacio de Gobierno en Chilpancingo y luego de las alcaldía en Iguala, lo que provocó que Ángel Aguirre cayera. Con su demisión, el movimiento se anota su primer triunfo. Si no hubiera sido por la respuesta espontánea (y radical) contra Cárdenas en la primera marcha, un ala del PRD se hubiera enquistado en el movimiento y lo llevaría ahora a un callejón sin salida.

 

El movimiento que la masacre de Iguala ha suscitado no es solamente un movimiento democrático por la reaparición de los estudiantes. Se trata de una profunda sacudida social que cuestiona la utilidad política del Estado como garante de la seguridad individual y de los tres partidos (y Morena) como expresiones políticas de la voluntad popular. Ayotzinapa los desenmascara a todos como franquicias del narco y del capital. Ese es el contenido de fondo de las protestas.

La principal consecuencia de la masacre de Ayotzinapa no es el escándalo internacional que se ha desatado (al final, el parlamento europeo votó una resolución favorable al PRI; fuera de algunas declaraciones, los americanos van a mantenerse alejados y, admitámoslo, a nadie le interesa lo que diga la ONU), sino el hecho de que en regiones del país se vive una aguda crisis de legitimidad que puede desembocar en una situación revolucionaria. Probablemente ese sea ya el caso en partes de Guerrero, donde el magisterio y las Policías Comunitarias han tomado las alcaldías de varios pueblos (como Olinalá y Ayutla) y han expulsado a los representantes del estado.

 

Ante esto, Guerrero vive una doble reestructuración del poder: por un lado, incrementar la fuerza pública federal (10 mil antimotines más) para contener al narco, pero también para mantener un islote de fuerza estatal en una región que le escapa. Decía Engels: el Estado no es otra cosa que un destacamento de hombres armados. Inversamente, la elección de un académico como gobernador, para apechugar frente a la protesta popular e intentar desactivarla. El gobierno federal se abstiene de reprimir y da un paso atrás. Como los buenos marineros, baja las velas ante la tormenta. Pero también prepara la opción militar en caso de que sea necesario. Por ahora no: saben que eso sería completamente contraproducente.

 

La masacre de Ayotzinapa cambiará las coordenadas de la acción política: ha implicado una politización fulgurante de las masas, un despertar político inesperado. Es una politización que destrozará al PRD y que ya sacudió a EPN. Los sindicatos democráticos empiezan a salir a las calles. Ha caído el manto ocioso de la modernización (y el más odioso de los despotismos —escribía Marx— se ha desnudado ante los ojos del mundo) y nos hemos encontrado, de repente casi, con que la integración al mercado mundial pasaba por desparramar la sangre de la juventud empobrecida. El México bronco, que hace exactamente un siglo entraba a la capital, que fue después sepultado por el obregonismo, por la ilusión del cardenismo un día, después por el corporativismo que emanó de éste, por el neoliberalismo, y luego, una vez más, por el neocardenismo, para al final asistir inmóvil a la legitimización política del calderonismo a través de una guerra absurda; ese México bronco que se encarnó en los movimientos campesinos que nunca dejaron el sur del país y que recibieron lo más duro de la represión se encuentra hoy con una nueva generación, predominantemente urbana, joven, que de un día para otro, sin esperarlo, se ve propulsada a la política al mirar las imágenes de los estudiantes campesinos asesinados.

 

***

 

Lo que poca gente sabe es que las líneas de Paz son en realidad una cita de Marx. Helas aquí:

“Ha caído el ostentoso manto del liberalismo y el más odioso de los despotismos se ha desnudado ante los ojos del mundo. Es también una revelación, aunque invertida. Es una verdad que, por lo menos, nos enseña a conocer la vaciedad de nuestro patriotismo y el carácter antinatural de nuestro Estado y a encubrir nuestro rostro. Me mirará usted sonriendo, y me preguntará: ¿y qué salimos ganando con ello? Con la vergüenza solamente no se hace ninguna revolución. A lo que respondo: la vergüenza es ya una revolución; fue realmente el triunfo de la Revolución Francesa sobre el patriotismo alemán, que la derrotó en 1813. La vergüenza es una especie de cólera replegada sobre sí misma. Y si realmente se avergonzara una nación entera, sería como el león que se dispone a dar el salto”.

 

Un comentador escribe: el león no sabe todavía para dónde saltar. Es cierto, el movimiento por la justicia adolece de una visión estratégica para poder vencer. Desconfía de instituciones corruptas pero no tiene las suyas propias. Acaso la solución empiece con radicalizar los argumentos, con salirse del guión. Terminemos constatando una cosa, tal vez demasiado obvia: si el asesinato de 46 estudiantes normalistas es algo que, hasta el momento en que sucedió, era inimaginable para el país, no es menos cierto que la rabia que ha brotado cambiará la política mexicana de una manera que, antes del 26 de septiembre, era también inimaginable.

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